La escuela perdida, cuento para niños











El auto se desliza por una carretera recién inaugurada, lleva a dos personajes importantes y una niña pequeña de unos 8 años,  va avanzando hacia una parroquia que en su momento era rural pero que ahora forma parte de la ciudad, se llama Calderón. 



Es famosa por las figuras de mazapán y los muebles tallados que dan a las viviendas un estilo aristocrático. 

Siguiendo por la sinuosa carretera, se divisa a la derecha el río Guayllabamba, que uniéndose a otros afluentes, desembocará en el Océano Pacífico.



Por fin, el vehículo ingresa a la población que lleva el mismo nombre del río y que es famosa por sus locros con aguacate, comida típica ecuatoriana elaborada a base de papa, leche, cebolla y queso.

El viaje continúa por un espléndido paisaje, montañas grisáceas a la izquierda y verdes prados a la derecha.

Al cabo de una hora, se puede observar una cabecera cantonal llamada Cayambe, el auto se detiene para poder  saborear bizcochos, queso de hoja y chocolate caliente ya que es una zona muy fría.



Siguiendo por una carretera rodeada de eucalíptos a ambos lados, al cabo de una hora, se divisa un lago, un precioso lago, como si fuera un espejo escondido entre las montañas.



La niña llevaba consigo una pequeña cajita de madera repleta de frascos, que los miraba de reojo como dándoles vida a cada uno de ellos. 

Continuando con el viaje, llegan a Otavalo, una ciudad de la provincia de Imbabura, llena de indígenas laboriosos, hábiles, que atraen el turismo del país por sus numerosas e increíbles artesanías.



El reloj da las 12 del día, es hora del almuerzo dice uno de los pasajeros y se detienen en las Fritadas de Atuntaqui, que se podría decir, son las delicias de Imbabura. Esta provincia está llena de pequeños pueblos, cada uno con sus características de trabajo propias. 



Atuntaqui se ha hecho famoso por la fabricación de textiles, donde los turistas consiguen ropa y menaje de casa.

Retoman la marcha y se divisa ya la ciudad blanca, llamada así porque después de un terremoto que asoló la población a finales del siglo XIX se construyeron casas todas iguales con calles perfectamente delineadas y todas pintadas de color blanco. Con algunas diferencias en los marcos de las ventanas. 



Una vuelta a la ciudad de Ibarra y un helado para refrescarse un poco. Al bajar a tomar el helado, la cajita permaneció en el asiento de atrás y al regresar había desaparecido. 

Era la escuela con que la niña jugaba horas y horas, dando vida y cualidades  a cada uno de los frascos. Los de tapa dorada eran los mejores y otros tenían dificultades, habían salido de paseo y la niña soñaba con ponerles en fila amarrar a todos una piola para que no se pierda ninguno, pero después del incidente, sus sueños desparecieron, porque la historia era de la escuela perdida.

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